Los junios son los nuevos octubres

Enero, bienvenida al mundo, nieva, Centauro.

Febrero, qué frío, ¿qué fue esto? Visto y no visto.

Marzo, verde, esperanza, primavera, renacer.

Abril, naranja, calorín o granizo, qué gustito, qué locura.

Mayo, azul, hermano, el final de muchas cosas.

Junio, sol, abrazo a la vida y a la naturaleza.

Julio, heliofilia, amarillo, mar, tormenta de verano.

Agosto, tierra seca, trigo dorado, otro final.

Septiembre, recomienzos, reinicios, reconducciones.

Octubre, descubrimientos, sorpresas, gatos.

Noviembre, teatro, V, melancolía.

Diciembre, solsticio, vuelta a uno mismo, reflexión… retirada.

Un héroe de otoño.

Suspensión

Se abre un pozo bajo mis pies
Pero no caigo
Se abre un cielo sobre mi frente
Pero no vuelo
Solo permanezco aquí,
Suspendida e Ingrávida
Al son del ruedo del mundo
Esperando una corriente de viento
(Qué ironía)
Una suave brisa o un huracán
Que me arranque de este estado de sueño sin ensueño
Para entonces… Saltar

(Nadie sabe si hacia arriba o hacia abajo)

Soltar

Te solté.

Te solté, mientras me seguía preguntando qué me quería enseñar la vida.

Te solté, mientras me seguía preguntando qué se suponía que debía aprender.

Todo cuanto agarramos, pesa. Obvio.

Pero a veces no vemos que todo lo que nos pesa depende de la fuerza con la que nos aferramos a ello. Solo eso, de nuestra fuerza.

Tomas una decisión. ¿Es por amor o por miedo?

Aferrarse nunca puede tener por respuesta el amor.

Pero qué difícil es.

Soltar.

Óxidos

A veces, la necesidad de equivocarse es tan imperiosa que solo podemos caminar hacia delante. Trastabillando como un pobre parkinsoniano, viendo a cámara lenta nuestro impacto final, pero incapaces de frenar. Ni de cambiar de dirección. Ni de dar un paso atrás.

Nada. Solo y solos, directos al suelo. Únicos testigos de nuestra propia caída.

Parece que aúlla el viento pero no, no es él; lloran los candados recordando el amor prometido décadas de óxido atrás. Perduran ellos mientras los prometidos -cuando no las promesas- se han convertido en cenizas en el mar. Por una pura cuestión férrica.

El mar, otro inerme pero aterrador testigo. Ni transparente ni turbio; sencillamente oscuro como un pozo, aguas negras acompañando a un cielo que hoy… no le cede el paso al sol.

Santos Inocentes

De repente te encuentras no hundido, sino como perdido. Está oscuro. No hay estrellas que te puedan guiar. No hay viento que te empuje hacia ningún lugar. No ves tierra alguna a la que te puedas dirigir. Estás en mitad del océano, de noche, todo es negro. Estás solo.

No es una tormenta.

No hay rayos, truenos ni tu barco se va a hundir.

Todo está en calma pero no sabes hacia dónde ir y todo lo que puedas hacer carece de sentido.

Sabes que mañana amanecerá, que pasado mañana se irán las nubes, que dentro de una semana quizás avistes tierra.

Pero hasta entonces estás ahí, solo en tu barco que no se va a hundir, obligándote a comer porque es lo que debes hacer.

(Aunque todo te resulte insípido porque no sepas por qué ni para qué lo haces.)

Y quieres dormir para no verte en esta situación. Quieres enterrarte debajo de las sábanas y que te permitan dejar de existir, aunque sólo sean unas horas.

Pero sobre todo, no quieres despertarte dándote cuenta, una vez más, de que tu compañero de travesía ya no está aquí.

Contigo.

(2018)

San Isidro

Ermitañismo. Tañen las campanas de la ermita del exilio voluntario, de la renuncia al mundo.

Se tiñen de azul grisáceo o de gris azulado los recovecos de una gruta excavada en el interior del alma, a la espera de un rayo de luz que les permita existir. O ser vistos. ¿No es lo mismo? No, dicen que no.

Fuentes de aguardiente dejan de correr con la llegada de la vigésima glaciación. Se interrumpe el flujo de memoria al tropezar con una goma de borrar en forma de “deterioro cognitivo”. Yo era, yo soy, yo…

No seré.