Era importante que Pedro me dejara jugar con su pelota.
Era muy importante. Tanto, que lloré a moco tendido y sin consuelo.
Era importante que Lucía me invitara a su cumpleaños junto al resto de las niñas de la clase.
Era muy importante. Tanto, que estuve una semana entera esperando con el corazón en un puño.
Era importante aprobar los exámenes. Del colegio, del instituto, de la facultad.
Era muy importante. Tanto, que estuve meses (o años) durmiendo de menos y comiendo de más, perdiendo uñas y ganando kilos.
Era importante que ganara mi partido político. O que el país se movilizara. O que hubiera más justicia en el mundo.
Era muy importante. Tanto, que me indignaba y debatía y me enfadaba y discutía y perdí unos amigos y gané otros.
Era importante buscar un trabajo. Conseguir cualquier trabajo. Conservar mi trabajo.
Era muy importante. Tanto, que olvidé lo que había estudiado; olvidé para qué lo había estudiado; me olvidé de mí y de todo lo que me había conducido hasta allí.
Era importante tener un coche. Tener una casa. Tener una boda.
Era muy importante. Tanto, que invertí el equivalente a cinco, veinte, diez años de mi tiempo de trabajo (tiempo de vida, ¿acaso hay alguna diferencia?) en ellos.
Era importante poder seguir vistiéndome, aseándome, comiendo y caminando por mí mismo. Poder seguir en mi casa.
Era muy importante. Tanto, que perdí los estribos y declararon que me había agitado debido a mi senilidad. Tanto, que cuando me vi deshauciado me negué a adaptarme a la residencia ni a las nuevas costumbres establecidas en la institución.
Era importante seguir acordándome de los nombres. De las caras. De lo que comí esta tarde. De si había comido. De si estaba en mi casa, en la residencia o en el hospital. De no contestar «mil novecientos…» si el médico me preguntaba por la fecha de hoy.
Era muy importante. Tanto, que con tal de no titubear o no dejar espacios de silencio, me lo inventaba.
Pero no parecía funcionar.
Era importante.
Era muy importante.
La pelota de Pedro. El cumpleaños de Lucía. Los exámenes. El mundo. Mi trabajo. Mi coche. Mi casa. Mi boda. Mi independencia.
El balance de mi último segundo.
Nadie recordará nunca lo que sufrí por todo lo que había sido tan importante.