Vuelve, no sabemos de dónde, más individual y menos dividida que nunca. Busca en ollas negras la bicicleta que una vez fue refugio, aunque de eso haga ya mucho; lo suficiente como para que la herida haya dejado ya de doler, de sangrar, de escocer; ni siquiera de recordar.
Re-cordis, vuelta al corazón, que sigue bombeando con la misma fuerza o más, aunque le queden menos latidos.
Como los corales, colonias de colonias, nos miran desde fuera y… ¿y? ¿Dónde está la belleza? En el ojo que mira, por supuesto. O no: en el ojo que ve. El ojo que sabe ver.
Hablaron hace años de las fibras de un corazón hipotecado, cuando aún no había empezado a pagar la primera cuota. La primera mensualidad. La primera letra de una palabra que se convirtió en cuento, en novela, en reflejo de las memorias de las mil vidas no vividas y a la vez… de las únicas incrustadas en su piel.